Aquí se recoje la crónica de mi viaje, cruzado o enlazado a algún otro del que no puede contarse su final, como de éste, dos días después.
En él, he vivido la emoción en la prisa, la llegada, tantos y más, de nuevo, reencuentros; la leve inseguridad de no contar con un refugio, supeditando mi fortuna a la confianza en los hombros que me ofrecían su apoyo bajo la lluvia.
La lluvia, que ha calado hasta el último de mis huesos, a través de una capa impermeable sólo en su advertimiento; que me ha hecho bailar sobre el lodo en que he recibido y propinado golpes y rezado juramentos, y entonado a voces más himnos y poemas de los que logré escuchar con claridad, entre el estruendo eléctrico y la tormenta,
empapando hasta creerse mis pies de barro.
Y el frío, incansable, atacando a través de otros cuerpos, tratando de encumbrar al desánimo y la renuncia por encima de nuestras cabezas, esperanzado hasta el final, ajeno a las carreras semidesnudas y a los bocados de alquitrán.
Sólo temí derrumbarse todo cuando un hombre, con un parche en el ojo, con la voz desgarrada por el tequila y el dolor, cantó para mí contando la muerte de un ser querido, la ausencia repentina y sin rendición de cuentas; entonces, durante un solitario, silencioso, oscuro instante,
sentí miedo de ser como él.
Y aquí, dos días después, lo escupo, lo borro, lo tejo y lo corto, plasmándolo suciamente sobre el fondo negro.
Y me queda la música,
las heridas,
la experiencia,
la sonrisa,
y el recuerdo.
Y ansío repetirlo.
... cierto, claro y breve
Hace 2 semanas